Sabina y Serrat en Córdoba

... La receta aplicada por Serrat y Sabina anoche no pudo haber resultado mejor para las cerca de 25 mil almas que colmaron las localidades habilitadas en un estadio Córdoba por momentos semejante a un teatro gigantesco en el que a mitad de cada canción podía escucharse un silencio tan respetuoso como absorto.

Las primeras señales fueron de humo, ya que unos –en rigor de verdad bastante pobres– fuegos de artificio avisaron cerca de las 21.40 que el inicio del show no se demoraría mucho más.

Cinco minutos más tarde, sobre las pantallas gigantes de los costados se proyectó un supuesto flash informativo protagonizado por Santo Biasatti y María Laura Santillán (con Bebe Contepomi como movilero) en el que se ponía en duda el inicio del show por dificultades para encontrar al dúo. Nadie lo creyó, en una de esas porque las crónicas anteriores ya habían “quemado” el chiste.

Por supuesto, tras unos segundos, la traza calculadamente desaliñada del par de pájaros más esperado levantaba la ovación con un mix entre Ocupen su localidad y Hoy puede ser un gran día, seguido de Aves de paso.

Aquí tuvo lugar el primero de los diálogos guionados y actuados que remataría en un “bienvenidos a su casa” y “viva Córdoba, carajo” por parte del Nano, que tuvo que prestar oídos al reclamo que bajaba de los sectores altos al grito de “no se escucha”.

Serrat prometió que todo se solucionaría, el pedido cesó y el show continuó con Tu nombre me sabe a hierba y Algo personal por el catalán, mientras que para Y sin embargo se sumó el andaluz que ya lucía el sombrero bombín que lo acompañaría toda la velada.

Tras cartón, otro de los momentos de stand up, esta vez con el eje de las bromas puestas en los regionalismos de cada quién. “Los catalanes inventaron el amor para no tener que pagar por c…” lanzó Sabina. “Para que sepan con quién tratan: cuando está en Andalucía (Sabina) cuenta chistes de cordobeses”, retrucó Serrat. Y el monólogo se extendió un poco más –quizás un poco demasiado más– hasta que todo cerró con Sabina espetando un “vos heredaste a Gardel, yo jalé con Maradona”.

Esa sería la tónica de cada uno de los diálogos que entablarían: Serrat jugando a tener que soportar a un rehabilitado del alcohol y las drogas y Sabina jugando a hacerse cargo y riéndose de si mismo, todo entre guiños cómplices hacia un público que festejó todo, incluso algunos gestos algo demagógicos (como cuando cantaron “No quiero París sin aguacero ni La Cañada sin ti", en Contigo).

No hago otra cosa que pensar en ti; Quién me ha robado el mes de abril; Princesa; Contigo; A la orilla de la chimenea y Señora se sucedieron a dúo, alternándose en el micrófono y en la mesa de bar que decoraba una escenografía austera pero de buen gusto y con unas cuantas pantallas gigantes que reproducían imágenes alegóricas a cada canción.

Ahí nomás se armó una ronda de flamenco y hubo un medley compuesto por Aquellas pequeñas cosas/Ruido/Muerto vivo, sucedido –ya sin tantas palabras de por medio– por Mi pueblo blanco; Penélope; Poema de amor; Ganas de; Con la frente marchita y Noche de bodas rematado por una parodia de vals entre los dos que levantó al público en aplausos.

Y si bien en general hubo fervor por el dúo en sí, por momentos parecía que Sabina había llevado más gente al estadio que Serrat, algo que podía comprobarse al escuchar a la gente corear más alto las canciones del andaluz.

Todavía quedaban algunas emociones de esas que todos habían ido a escuchar, y llegaron con Mediterráneo; 19 días y 500 noches; Esos locos bajitos y Más de cien mentiras, casi redondeando dos horas de espectáculo que parecieron en verdad mucho menos. Fiesta y Pastillas para no soñar, con ovación de pie otra vez, bajaron el telón y dejaron a todos contentos. Y a Serrat y Sabina completamente seguros de que sus canciones de siempre tienen y tendrán quien les preste oído en Córdoba. Un Chateau repleto puede dar fe.

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