23 de Abril: día del Idioma

Siglos atrás y en un mismo día, se produjo un extraño acontecimiento histórico que determinó algo más que una efeméride. Curiosa casualidad, aquel 23 de abril de 1616 se iban de este mundo, en tierras y circunstancias diferentes, dos de los más grandes escritores que ha concebido la literatura mundial: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Y más por la muerte del primero que del segundo, en varios países de habla hispana, el 23 de abril se conmemora el Día del Idioma, conocido también como Día del Libro.

El idioma es un sistema que se utiliza para comunicar verbalmente, a través de vocablos que han sido establecidos por un conjunto de personas. El español, el alemán, el italiano -vaya obviedad- son idiomas. Ahora bien, una lengua construida es un idioma artificial que ha sido creado por seres humanos con objetivos que no siempre responden a la comunicación tal como se la conoce. No evoluciona de la manera en que lo hace un idioma oficial. Puede haber sido creada con fines estéticos, lúdicos o para la comprensión de unos pocos (que levante la mano aquel que nunca creó un mensaje cifrado para comunicarse con sus cómplices de turno).

La pregunta que surge entonces es: ¿merecen también las lenguas construidas ser celebradas el 23 de abril? De ser así, recordamos algunos de estos inventos lingüísticos.

Jeringozo. De un uso coloquial, su forma más difundida es aquella que repite la vocal de una palabra anteponiendo una consonante, generalmente la letra p. De esa manera, la palabra “casa” se dice “capasapa”. Habitualmente se lo utiliza como un entretenimiento.

Rosarigasino. Como su nombre lo indica, proviene de Rosario y se dice que tuvo un origen carcelario, para que los presos pudieran comunicarse entre sí sin que los guardias comprendieran lo que decían. Para hablarlo, se debe agregar el fonema “gas” después de la sílaba tónica junto a la vocal anterior de la palabra: por ejemplo, “silla” se dice “sigasilla”. Olmedo solía emplearlo en algunos de sus personajes.

Cocoliche. Es una jerga inventada por los inmigrantes italianos que llegaron a Buenos Aires entre fines del siglo XIX y principios del XX. Por lo general se mezclaban vocablos del italiano con reglas gramaticales del español para hablarlo. El ejemplo más acabado lo representa el verbo “laburar” como sinónimo de trabajar, que proviene del italiano, laboro.

Lunfardo. Encontró su mayor expresión en el tango. En muchas letras del género pueden hallarse verdaderas poesías del lunfardo: “La mina, jaboneada, le hizo caso / y el varón, saboreándose un buen faso, / la siguió chamuyando de pavadas” (Amablemente, milonga de Edmundo Rivero e Iván Diez). Posee rasgos del cocoliche, pero también palabras que sufren la alteración del orden de las sílabas, como “rioba” o “jermu”.

Glíglico. Fue creado por el escritor argentino Julio Cortázar, pero no buscando un lenguaje comprensivo en el sentido semántico del término, sino para lograr una experiencia estética en el lector. De esa manera, la prosa tiene una intención rítmica y musical más que conceptual. En Rayuela, la novela cortazariana más célebre, el capítulo 68 está escrito de esa manera. Comienza de la siguiente manera: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.”

Sindarin. Otra creación de un escritor, en este caso J. R. R. Tolkien, siendo la lengua élfica más empleada en la Tierra Media. Para la trilogía de El Señor de los Anillos, Tolkien creó varios idiomas y de esa manera desarrolló mayor verosimilitud de la historia, como la idea de un universo propio. El Sindarin junto al Quenya fueron los dos idiomas que el escritor más lejos llevó.

Argentinidad al palo
Los ejemplos anteriores, si bien reconocidos, han caído prácticamente en desuso y no son muy frecuentes en el habla de los jóvenes. No obstante, hay ciertos fenómenos culturales que una vez alcanzada la masividad, se introducen en las costumbres de los adolescentes. Un claro ejemplo es la actual cultura rock, que ha creado desde neologismos hasta tribus, de acuerdo a los géneros musicales.

Estos hábitos se ven en la calle. Si alguien nos saluda con un instintivo “hola loco”, por lo general no pone en duda nuestra cordura mental, al igual que un rollinga seguramente no se refiere a una anciana pequeña cuando dice “viejita”. Y qué decir del cordobés, quien para magnificar un concepto le agrega un final muy característico: cuando hace mucho frío, para él hace un friazononón... Y cuando ve una bella joven caminando por alguna avenida céntrica, para el cordobés no será sólo una cara bonita, sino un minón.

Artificiales o no, estos lenguajes alcanzaron un lugar en el habla y la escritura de alguna gente. Y ese mérito ya es razón suficiente para recordarlos en el Día del Idioma.

http://200.32.12.145/notas.asp?idcanal=36&id=51171