En Página12 publicaron una entrevista a LasPelotas. Hoy, ésta banda abre el festival QuilmesRock, junto a Divididos, Bad Religion, y Catupecu Machu, entre otros.
El festival finaliza el domingo, se realizará en el estadio de River Plate; y contará con la presencia de bandas como: Estelares, Arbol, Psychedelic Furs, Babasónicos, Kapanga, El Tri, Ojos de Brujo, Intoxicados, Los Piojos,Turf, Ratones Paranoicos, Evanescense, Velver Revolver y Aerosmith.
—¿Cuántas veces corrió peligro la existencia de la banda?
Daffunchio: —Todo el tiempo, desde hace muchos años. Tomás Sussmann, guitarrista y único miembro que sigue viviendo en las sierras de Córdoba —además de Timmy—, completa la respuesta: “El peor momento fue antes de Esperando el milagro: no teníamos laburo, todo mal. Fue duro”. Que la banda siga, además del lógico motor que implica tocar, llenar lugares y grabar buenos discos, ancla en factores afectivos. Se sostiene a base de reuniones catárticas que Jove define como si fuera el cinco de Excursionistas. “Cuando hay algo que no hablás, no hablás y no hablás, llega un punto en que se resuelve como el orto. Mal. Nosotros tenemos la virtud de que no nos pasa. Nos juntamos mucho para hablar y resolver bien.”
—Es otro efecto del éxito. La banda crece y debe enfrentarse necesariamente al chisme. Ya no están solos.
Daffunchio: —La realidad es que el mundo es una mierda y que en este país el programa que más se ve es Gran Hermano.
—Pero se supone que el rockero con códigos debería tener cierta autonomía frente a eso...
Daffunchio: —De hecho, no miramos Gran Hermano (risas). No sé, el mundo está lleno de boludos y vos tratás de hacer lo que podés.
—¿Es una frustración no haber podido grabar Corderos en la noche con otro sonido? Parece un desperdicio, por las canciones que tiene y que aún siguen dando frutos: Bombachitas rosas, Shine, Sin hilo, Muchos mitos...
Daffunchio: —Alguna vez nos planteamos grabarlo de nuevo con el fin de mandarlo al exterior, pero el primer disco es el primer disco. Teníamos nada más que 50 horas para grabarlo, nos tocó un técnico que era un idiota y hubo que grabarlo dos veces. Tuvimos que salir a pedir plata prestada para terminarlo.
—¿Sigue vigente el sueño de poner un pie en España?
Daffunchio: —Es la idea.
—¿Se piensan una banda internacionalizable?
Daffunchio: —Tenemos una identidad bien definida que puede gustar o no, pero no hacemos rock chabón. Lo nuestro es otra cosa, se llama ball of art. Es una buena llave, porque cuando afuera escuchan rock chabón, dicen que hay cuatro mil bandas que tocan lo mismo.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/no/12-2731-2007-04-12.html
También hay un artículo de opinión muy interesante, que voy a compartirlo con ustedes:
Por Eduardo Fabregat
(...) No es que el rock deja de existir hasta que aparece el sponsorizado megafestival salvador, mesiánico, oficializador de la escena, que le vuelve a dar entidad. En estas tierras, la música preferida por los jóvenes se resistió a ser encuadrada en fórmulas ideadas por los capitostes de turno. Sí, muchos artistas se dejan llevar y hacen una carrera basada en las reglas del juego, pero no es casual que en este país lo más interesante, lo más rico artísticamente, casi siempre haya salido de la base y no de un plan de marketing. Lo que ocurre hoy, lo que vuelve a ese slogan en un arma de doble y cínico filo, es que tras la tragedia de Cromañón ese trabajo de base fue minado, desalentado, acotado, encorsetado.Cualquier músico de los que no llevan miles de personas a sus conciertos sabe bien cuál es el panorama. La clase de lugares donde se cocinaba el caldo gordo del rock argentino ya no existe, y la actividad en vivo se reduce a un puñado de locales habilitados en manos de personajes que establecen las reglas, reglas que abusan de los ya bastante abusados artistas: al que no le guste que se vaya a tocar al living de su casa, que se haga amigo de un funcionario que le consiga espacio en la teta estatal o que espere al próximo megafestival, donde deberá firmar lo que le pongan adelante si es que quiere mostrar signos vitales. Las grandes compañías discográficas están demasiado ocupadas en tapar con los dedos los orificios de un dique que se viene abajo: apenas escuchan material de bandas nuevas, ni hablar de algo que se llamaba “desarrollo de artistas”. Los sellos independientes hacen malabarismo financiero para sobrevivir, y apenas si pueden dedicarse a distribuir discos producidos por los propios músicos. Las radios pasan el menú completo cocinado en los acuerdos comerciales con las compañías, y si se salen de la vaina es sólo para mostrar su carácter excepcional. Sólo algunos medios gráficos –el Suplemento NO, y este diario, entre ellos– intentan dar cuenta de lo que sucede lejos de las grandes marquesinas.
Pero el rock no dejó de existir. A pesar de Cromañón y todas sus consecuencias, a pesar de las prácticas comerciales en boga, a pesar de la filosofía que pretende que el rock sólo “existe” en función de los grandes artistas internacionales y los festivales con quichicientos escenarios, el rock argentino vuelve todos los días, a toda hora, cada vez que un músico se cuelga el instrumento, sea para componer un rockito cuadrado que habla de drogas o algo que intenta salirse del molde, lo establecido, la fácil. Lo que comienza esta noche en el Monumental es un festival lleno de bandas que vale la pena ver y escuchar. Pero la existencia o no del rock no es algo que pueda estar en manos de los dueños de una marca.