Canciones para leer y estudiar
Tarea difícil ésta de encarar un análisis puntilloso, sistemático y holístico de la lírica del rock. Un género que, salvando excepciones, desnuda sensaciones, sentencias y visiones contradictorias que a menudo parten de una misma pluma, efecto –claro– de un mundo en constante movimiento. El mayor acierto de Poéticas del Rock (Olivieri Editor) fue precisamente reunir tópicos comunes en medio de cosmovisiones dispersas o solapadas; decodificar subjetividades muchas veces herméticas, y otorgarle una coherencia que, si se hurga fino, aparece. Oscar Conde, un ex profesor de la UBA que hoy da clase en el IES Nº1, Alicia Moreau de Justo, además de integrar la Academia Porteña del Lunfardo, decidió convocar a un puñado de alumnos y encargarles –se le llama compilador– el análisis de las letras de ciertas bandas. Bajo dos consignas clave (si la letra de rock debe o no ser considerada como un texto literario y qué puede tener el rock de “nacional”) pasó a papel los análisis a través de dos volúmenes: uno, dedicado al desmenuce de Moris, Manal, Tanguito, Arco Iris, Spinetta, León Gieco y Charly García, y el otro –de flamante edición– corriendo el almanaque hacia acá: Redondos, Sumo, Divididos, Fito Páez, Calamaro, Cerati y Bersuit Vergarabat. “La premisa fue analizar en bloque las letras de un solista o una banda de rock, algo que, por lo que sé, nunca se ha hecho en nuestro país”, escribe Conde en el prólogo, en un intento por distanciarse de otros libros como La historia detrás de cada canción (Maitena Aboitiz) o Buenos Aires y el rock, de Adriana Franco, Darío Calderón y Gabriela Franco.
Redondos y Sumo conforman, tal vez, el núcleo duro del análisis. En el caso del grupo de Solari, Johanna Tonini –profesora de letras y ex columnista de la revista Mundo Redondo– tuvo que lidiar con el laberinto mental, claramente agotador, que implica tratar de decodificar el endemoniado mundo del poeta pelado. Con el título de “Liturgia de la resistencia”, Tonini escarbó en todas las letras de Solari hasta encontrar algunos anclajes comunes, y uno en especial: la necesidad de resistir como “idea omnipresente”. Y bajo ella, elusiones, metáforas y sobreentendidos mediante, encuentra en “Todo un palo”, una crítica a Charly García y el star system del rock argentino en general; también la veta sadomasoquista en “Te voy a atornillar” o “Superlógico” o la metáfora foucaltiana de la ciudad como prisión que baja clara de “Preso en mi ciudad” y no tanto en “Vamos las bandas”, donde un policía, en tanto lente del sistema, se mete en tu casa (“¿Y cuánto vale dormir tan custodiado de expertos cínicos y botones dorados?”) o en las máquinas vigías que pasan volando el mundo de “Nueva Roma”. “Los temas de Los Redondos generan complicidades”, sentencia la autora, tratando de enlazar la complejidad natural de una lírica con su arraigo en las masas.... Continuar leyendo