Cuestión de Estado
No podría estar más de acuerdo con la estatización del sistema de jubilaciones. La jubilación estatal es una de las construcciones más socializadoras de los Estados modernos: significa, en síntesis, que todos los trabajadores entregamos parte de nuestro dinero para que los trabajadores ya retirados puedan sobrevivir, en la confianza de que, cuando nos retiremos, habrá otros trabajadores que nos darán su parte, o sea: una gran red social, un gigantesco sistema de solidaridad organizado por el Estado.
Eso fue lo que la jubilación privada del peronismo de los noventas destruyó, para reemplazarlo por un sistema de sálvese quien pueda: yo pongo mi plata en una cuenta mía porque mi plata es mi plata, que es mía y es para mí; entonces unos banqueros la manejan para mí y cuando yo me retire voy a tener mucha plata mía porque es mía. Y a todos los demás que los empome una ballena blanca.
Además de ser una idea del mundo –que no es poco–, el cuasi difunto sistema AFJP fue, desde el principio, un curro extraordinario. El Estado argentino le regaló una tajada básica del ahorro público a una banda de bancos privados –que juntaban la mosca y después se la prestaban al mismo Estado a intereses faraónicos: el gran afano, la verdadera jubilación de privilegio. Era la apoteosis del pensamiento liberal y era un chiste, lo peor de ambos mundos: en nombre de ese liberalismo, de la libre elección, el Estado liberal-peronista te obligaba a poner tu dinero en unos pocos bancos que lo usaban para la timba financiera. Realmente liberal, con perdón, habría sido que cada cual tuviera derecho a decidir cómo manejar su plata: si guardarla en el colchón más trajinado, multiplicarla en la ruleta, agenciarse un casal de tortugas y criar tortuguines pura sangre para los hipódromos de Salt Lake City, invertirla en la Bolsa de Bruselas, manducársela tuco y pesto pero con mucho queso.... Continuar leyendo